Donde algunos se aburren, otros encuentran una oportunidad para innovar a escala global. En una banquina de una ruta cercana a Los Telares en Santiago del Estero, un ingeniero doctorado en Fotosíntesis y una biotecnóloga encontraron una maleza que aporta moléculas que son muy eficientes como bioherbicida y lo patentaron junto al Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA). La maleza se llama Ammi visnaga -le dicen viznaga- y tiene una característica que les llamó la atención a Gustavo Sosa y María Lucía Travaini: cuando conquista un pedazo de suelo crece en “monocultivo” y no deja que nada más se levante a su alrededor.
No lo detectaron por casualidad. Cuando estudiaba para ser ingeniero forestal a finales de los 80’, Sosa vio que el algarrobo blanco producía un inhibidor de leguminosas -el pinitol- y nada crecía debajo de su copa. Hasta ahí nada nuevo, lo mismo pasa con muchos pinos. Lo sabe cualquier jardinero. Pero la manzana de Newton le pegó en la frente cuando se le ocurrió que podía purificar ese principio activo y usarlo como herbicida.
Fue con todo detrás de esa idea y cuando la probaron en una compañía internacional (Basf), que estaba interesada en el desarrollo, le dijeron que era un proyecto con mucho potencial pero inviable. Es que para que funcione en el campo había que aplicar 60 kilos por hectárea del producto que se obtenía del pinitol. “Tenías que entrar con un barco en el lote, una locura”, le reconoció Sosa a Clarín Rural.
En la encrucijada no se resignó, eligió el camino de seguir probando y ahí fue cuando se le cayeron todas las manzanas del árbol de Newton encima. Se dio cuenta que hay muchas malezas que crecen como monocultivo, que se adueñan del suelo y no dejan crecer nada más.
En lo que es un dolor de cabeza para todos los productores, una variable que aumenta fuerte los costos agrícolas y un eje de tensiones entre el campo y la sociedad, Sosa imaginó de vuelta un bioherbicida. Con "cara de acero", convenció a un grupo de inversores para apoyarlo y a finales del 2010 subió al barco a Travaini, la biotecnóloga que terminó purificando el extracto de viznaga en un laboratorio del USDA.
Con el empuje de esta idea conformó una startup (Inbioar) con base en Rosario y empezó juntando 2.400 muestras de malezas en las rutas de Chaco, Santiago del Estero y San Luis. “Nos pasamos dos años con Lucía buscando yuyos y luego ella hacía los extractos y las pruebas”, recordó.
En este proceso descubrieron una cosa más. “Para liberar las sustancias que necesitamos, las plantas tienen que estar con sus mecanismos de defensa al límite y eso pasa en condiciones de sequía y mucho calor”, contó Sosa. Por eso conocen pueblos como Los Telares en Santiago del Estero y zonas de Chaco -tipo Pampa del Infierno- en las que el GPS deja de funcionar por el calor extremo.
“Es que descubrimos que la misma planta no libera estas sustancias inhibidoras en cualquier condición, sino cuando están muy estresadas. Lo confirmamos al procesar miles de muestras”, recordó Travaini.
La biotecnóloga hizo su tesis doctoral sobre este tema y en la investigación con los científicos del USDA patentaron dos moléculas que extrajeron de la viznaga y que a nadie nunca se le había ocurrido usar como herbicida. Lo publicaron en un paper que encabezan como autores Travaini y Sosa, y que también firman, entre otros, Helmut Walter (ex vicepresidente de Basf) y Stephen Duke (un referente del USDA) que ya se integraron como colaboradores a la empresa.
Y la misma idea que usaron para los herbicidas también la están aplicando al desarrollo de bioinsecticidas y biofungicidas. Un extracto de malezas que armaron, que tiene más pinta de jugo o té que de biofungicida, logró muy buenos resultados contra los ataques de tizón tardío en el cultivo de papa en los ensayos que hizo una compañía en Japón. “Están muy avanzadas las negociaciones para que lo produzca una empresa de Chile”
¿Por qué entusiasma este desarrollo? Es una salida del laberinto de la mano del hilo de la sustentabilidad. Los principios activos para controlar las malezas y proteger los cultivos vienen de los mismos yuyos.
Donde todos veían el problema, Sosa y Travaini vieron la solución. “Igual yo no quiero que usen los productos porque son más sostenibles y amigables con el ambiente -insistió Sosa-, quiero demostrar y lograr que sean más eficientes”.
La startup está en fase de expansión global, focalizada en la investigación y en la transferencia de las tecnologías a compañías de punta. Travaini se hizo cargo de Inbioar Argentina y Sosa está fundando Inbioar Chile, Inbioar Uruguay y tejiendo acuerdos con empresas de todo el mundo.
Quizás lleguen tan lejos como la viznaga, que según Wikipedia tiene su origen ancestral en Egipto y conquistó las banquinas de las rutas santiagueñas, porque ahora el objetivo es buscar malezas en el desierto de Thar en la India, en el de Atacama en Chile y en cada rincón extremo del planeta.
Clarín – Gastón Neffen